Carta al abuso

Hola, tal vez para ti la mañana del 12 de octubre del 2005 sea una mañana cualquiera, una más de esas en las que despertabas con uno de esos chicos que te rodeaban como princesas a un emperador. Para mi no fue una mañana cualquiera.

El 12 de octubre del 2005 desperté en tu cama en aquel gigante penthouse en los Rosales en Bogotá, con un guayabo mortal y un dolor intenso en mi ano, al lado tú, más que dormido, inconsciente. Estábamos desnudos, cuando alcé la sábana para tocarme mi ano me di cuenta que había sangre, me asusté, te sacudí llamándote por tu nombre, “¿Qué pasó, qué pasó?”, te preguntaba muy nervioso. “Te enseñé a ser un maricón”, me respondiste entre dormido. Supe en el instante que me habías penetrado. Sabías que nunca antes nadie lo había hecho.

Me paré, me vestí mientras comenzaba a llorar, retuve mis lágrimas porque no quería que me vieras débil, salí de tu edificio metido en las cerros orientales y al sonar del canto de los pájaros lloré a estruendos hasta llegar a casa. En ese momento comencé la travesía por el abuso, en silencio.

Sí, en silencio porque sentía que todo había pasado por mi culpa, sentí una culpa tan profunda que si hubiera tenido un látigo me hubiera auto flagelado; en silencio porque no quería que mi mamá, papá y hermanos pasaran por semejante tristeza y angustia; en silencio porque sabía que si contaba, antes que apoyo, iba a tener juicios: “eso te pasa por marica”, “eso te pasa por drogadicto”, “eso te pasa por puto”. Sí, me tocó la sociedad en la que hay que ser gay para tener VIH y para legitimar el abuso (“porque es que ustedes tan promiscuos”, dice la gente). En silencio porque yo era un cuerpo entero de vergüenza.

Al principio creía que mi culpa y error era por haberle recibido trago a un extraño (con el que me drogaste, ¿recuerdas?), pero no eras tan extraño. Luego me di cuenta que lo que me llevó realmente a estar en tu cama de abusador era ese “querer mostrar”; “querer mostrar” que andaba con el macho millonario y sexy amigo del dueño de la gran discoteca gay de Bogotá, ese “querer mostrar” que hacía parte de tu círculo de chicos bonitos y sofisticados que se llevaba las miradas en la rumba. Era en el fondo, el deseo de ser reconocido. Jamás me imaginé que había un rito de iniciación, y menos semejante rito.

Hoy ya puedo darme cuenta de que en últimas lo que me llevó a seguirte los pasos era mi profunda falta de amor y de autoestima; tenía que andar contigo para sentirme valorado. Ya no es un error, es una lección, dura, eso sí.

Si antes de que me abusaras, mi amor propio, mi autoestima y mi confianza estaban por el piso, en gran parte, como consecuencia del matoneo que recibí y recibía por homosexual, después de esa madrugada, se evaporaron. Sentía que mi cuerpo y mi sexualidad eran un pecado, en ese momento creía en eso de el «pecado» porque me lo habían enseñado; y ese pecado más la culpa me llevaron a una degradación de mi cuerpo. Comencé a cobrar por sexo, a tipos como tu, y en parte, porque con cada cliente al que le sacaba plata por culear conmigo sentía que me vengaba un poco de ti en silencio.

Hoy quiero contarte que por lo que me hiciste, por años, por muchos, me negué, me oculté y me veté una parte de mi cuerpo y con ello, de mi sexualidad. Cada vez que un hombre acercaba al menos un dedo a mi ano entraba en pánico, al principio lloraba, luego, ante los juicios (no es normal que alguien llore cuando le tocan el culo), opté por salir al paso diciendo que no me gustaba. Varios, fueron varios los chicos de los que empezaba a enamorarme que se alejaron por mi sexualidad reprimida y traumada en rol de pasivo. Quiero que tengas eso muy en claro.

Me pasaba con saliva amarga cada historia de mis conocidos relatando el profundo placer anal que sentían. Por muchos años tras cada historia mi mente y alma se iban a ese momento. Por muchos años cada vez que escuchaba tu nombre mi mente y mi alma se iban a ese momento. Por muchos años cada vez que pasaba por tu edificio mi mente y mi alma se iban a ese momento. El tiempo fue encargándose…

Ha pasado tiempo, he caminado con tu sombra, pero al tiempo me han agarrado de la mano personas que me han ayudado a superar, procesar y hacer consciencia de tu abuso. Decidí dar la vuelta, cambiar el chip, como dicen, y sacar la luz dentro de la oscuridad. Me prometí que mi ano sería una zona sagrada de mi cuerpo que trataría con cuidado, si mi virginidad anal la perdí de esa forma tan grotesca, pues mi sexualidad anal sería amorosa. Y hasta hoy esa promesa permanece. Hoy soy una especie de gay raro, puto por delante, novicio por detrás.

Pero en medio de ese trago amargo me conmueve y emociona que tenga una faceta de mi sexualidad aún por explorar. Tal vez por eso merezcas un leve agradecimiento, además porque el camino que empecé tras el abuso que hiciste conmigo también me ha permitido humanizar a quienes ejercen el trabajo sexual y he podido dar apoyo a quienes han pasado por esta misma experiencia, que somos muchos, muchos invisibles. Pero a pesar de mis gracias y mis aprendizajes, por favor trata de no abusar de otra persona…

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