Sumando ausencias, con hilo y aguja

Ya perdí la cuenta de las veces que he estado en la Plaza de Bolívar de Bogotá, pero la de hoy, 11 de octubre del 2016. ha sido inolvidable.

A la emblemática plaza he ido a gritar consignas de paz y no violencia, a exigir igualdad y respeto por la diversidad, a hacer resistencia frente a la corrupción de los políticos, pero también a contemplar la magia del teatro y a bailar y gozar al son de una diversidad de ritmos.

Pero hoy, fui a hacer algo que jamás imaginé, coser.

Convocado por la talentosa artista plástica colombiana Doris Salcedo, quien ha dado más de qué hablar afuera que acá por su irreverente y fuerte manera de contar nuestra guerra a través de objetos propios de ésta, como camas de hospital, camisas, zapatos y hasta cabellos de las víctimas. La misma artista que cubrió de rosas blancas “boca abajo” el barrio La Macarena cuando asesinaron al periodista Jaime Garzón o colgó sillas del techo del Palacio de Justicia para protestar contra el abuso de poder.

A la Plaza llegué hacia las 2 de la tarde, cientos de personas entraban y salían, ya media mitad estaba cubierta de telas blancas, el campamento permanente por la paz se ubicó hacia el costado norte, el del Palacio de Justicia. Por todo alrededor, cientos de pares de zapatos, la gran manta de la memoria sólo se podía caminar sin ellos.

“Hilos, hilos, hilos”; “Agujas, agujas, agujas”; gritaban algunas personas que cargaban bloques de icopor con agujas enhebradas con hilos de colores. Tomé mis primeras dos agujas, busqué uno de los más de 2 mil recuadros de tela blanca con nombres de víctimas escritos con cenizas. En cuestión de minutos armamos un equipo de 5 personas que nos dividimos los costados del recuadro para coserlo y unirlo a los otros.

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“¿Cómo es, cómo se cose?”, pegunté; de repente dos personas del improvisado equipo se acercaron y me enseñaron. Y es que esa fue la escena permanente que se vivió en la Plaza, los unos enseñando a los otros, colaborándonos, con plena humildad y afecto, algunos entre amigos, otros entre extraños, si alguno lograba coser, otro remataba y otro enhebraba la nueva aguja. Fue trabajo colectivo, trabajo que nació del corazón porque a nadie se la pagó por asistir. Era el homenaje a las Víctimas, a los sobrevivientes de esta guerra cincuentona.

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En lo personal, fue muy emotivo unir mis manos a las de alguien que apenas conocía y trabajar en equipo con extraños pero desde la confianza y la nobleza que nos hacían sentir entre compañeros, entre pares. Esa confianza que la guerra nos ha arrebatado y que nos hace creer que el otro es enemigo, cómplice y hasta peligroso, llevándonos a relacionarnos desde la desconfianza y el temor.

Y es que ese es uno de los principales retos que tenemos como sociedad en este tránsito hacia la paz, confiar en el otro, recuperar (si es que alguna vez la hemos tenido), la buena fé, sentir y creer que el otro no me va a atacar y lastimar así se acerque a preguntarme la hora, a pedirme ayuda para una dirección o a por un simple favor. Tratarnos desde la humanidad, antes que desde las opiniones o ideologías políticas. En la Plaza no importó si éramos santistas o no, si apoyábamos los Acuerdos de paz o si habíamos votado por el Sí o por el No, sólo nos unía el anhelo de la paz y la reconciliación. “Se siente una paz”, le escuché a varias personas mientras cosían.

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En un momento tomé mi cámara y recorrí la gran tela de la memoria que cada hora cubría más y más la Plaza de Bolívar buscando y retratando esos rostros de la memoria, quise tratar de capturar la energía que se sentía. Al hablar con varios de los voluntarios me encontré con un hecho en común para la mayoría: pensar en quién fue esa víctima cuyo nombre estaba escrito en el pedazo de tela que cosían. “¿Quién fue?”, “¿Cómo murió?”, “¿Tendrá hijos?”, “¿Estará desaparecida?”; fueron algunas de las preguntas que pasaban por la mente de quienes estábamos tras cada puntada. Ahí estábamos, sumando ausencias. Re-viviendo las historias, haciendo memoria.

Y es que ese es otro gran reto que tenemos hacia la paz, construir memoria, restaurar los relatos y volver a los hechos para encontrarnos como sociedad y país, darnos cuenta de lo que nos ha pasado, reflexionar y hacer consciencia para evitar que se repita. Estoy convencido que esta tarea debemos hacerla en gran parte desde las víctimas, protagonistas y sobrevivientes de la guerra, en ellas hay muchas claves para la paz.

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Es necesario que todos los colombianos comencemos a re-conocernos como víctimas, a dejar de tomarlas como cifras, a comprender que son vidas humanas, unas que han caído y otras que sobreviven y resisten desde el dolor, la zozobra y el miedo, pero también desde la esperanza. Y para ello, el arte es una alternativa poderosa, efectiva y atractiva; el arte cautiva, conmueve y sensibiliza.

“Siento que al estar acá estoy reviviendo la memoria de Don Pedro y honrando su vida”, me dijo Cristian, un joven que coció la tela en la que está grabada el nombre de esta víctima. Doris Salcedo a punta de tela, siete mil metros, agujas e hilo nos permitió sentir la vida desde la muerte, a revivir a los ausentes. Después de cientos de puntadas los que estuvimos hoy en la Plaza de Bolívar con más fuerza pedimos NO MÁS GUERRA!

@eldlacuadra